La octava generación adopta, por primera vez en sus 66 años, esta configuración mecánica, con un V8 de 6,2 litros y 500 CV.
Mucho se lo ha esperado. En parte porque la propia General Motors se encargó de ir anticipándolo incluso con un paseo, camuflado, por la atestada Nueva York.
Pero aquí está. Se trata de la nueva generación del Corvette, la octava, que es la primera en sus 66 años de vida en adoptar el motor central, que se ubica apenas por detrás del respaldo de los asientos y se puede ver a través de una luneta, como ya ocurre en muchos deportivos.
Con un chasis enteramente de aluminio, este Corvette sale al mercado con la denominación Stingray y una carrocería tipo targa, en la que se pueden quita parte del techo. El baúl, sumados los compartimientos bajo el capot y tras lo motor, suman 358 litros.
El motor es un V8 6.2 de 502 CV que no es enteramente nuevo, pero que se ha revisado por completo. Sigue teniendo desconexión de los cilindros para hacerlo más eficiente cuando no se busque todo el poder que permite llevarlo de 0 a 100 km/h en menos de tres segundos.
Lo que sí ha cambiado es la caja. Ya sin una opción manual, el Corvette ofrece una automática de doble embrague y ocho marchas.
Con un peso de 1.500 kilos, la suspensión es regulable en dureza y altura, pero en opción también se ofrece la magnética, que permite un mayor agarre. Los neumáticos son de 19″ adelante y 20″ atrás y los frenos de la marca Brembo.
El interior muestra un puesto de conducción muy egoísta, donde todo se orienta hacia el conductor, separado del acompañante de una enrome consola que contiene múltiples comandos. El tablero ahora es enteramente digital, de 12″.
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