Por muchos motivos, el CX no fue un auto más en la historia de Citroën. Antes que nada, tuvo la complicada tarea de reemplazar al DS, el modelo nacido en 1955 y que revolucionó la industria europea de posguerra.

El CX fue desarrollado a fines de los sesenta, cuando Citroën estaba en manos de Michelin, antes de que la marca pasara a manos de Peugeot (justo cuando se presentaba el CX), agobiada por las deudas de la adquisición de Maserati y el desarrollo de los motores Wankel.

El diseño fue obra de Robert Opron, que tanto en Citroën como luego en Renault, fue un amante del formato fastback (ver más). Por dentro respetaba el diseño de la marca, con volante de un rayo, un extraño tablero y comandos satelitales (ver más).

Fue tan bien recibido que el modelo se quedó con el premio del Auto del Año de 1975. Medía 4,66 metros de largo, 1,73 de ancho y 1.36 de alto.

Como digno sucesor del DS, el CX también debía tener muchas innovaciones: la tracción delantera, la suspensión hidroneumática, la dirección asistida y los frenos de doble circuito ya habían sido utilizados por Citroën, pero también se sumaría el motor Wankel. El propulsor era tan moderno como gastador y la crisis del petróleo de 1973 archivó la idea.

El CX salió finalmente a la venta en agosto de 1974 con motores nafteros convencionales, pero pronto se sumó un diesel, algo poco común en esa época. El éxito fue inmediato, superando las mejores ventas del DS.

Luego llegaron la enorme versión familiar (26 cm más de largo y 10 de alto) y la GTI y para 1985 el rediseño impulsado por la llegada del Renault 25, que incluyó algunas mejoras exteriores (como los paragolpes integrados) y un cambio más profundo puertas adentro. Sin embargo, nunca adoptó el portón posterior (como sí lo hizo el GS, ver más).

En 1989, el CX le dejó su lugar al XM, aunque la break se fabricó hasta 1991, con casi 1.2 millones de unidades entre todas las versiones.