Cuando BMW lanzó el Mini en 2000 (ver más), lo que fue un modelo de las marcas Austin, Morris o Rover (entre varias otras, ver más), pasó a ser una marca, primero con su clásico modelo y luego con una gama que incluyó a los Clubman, Coupé, Rodster y Countryman.

Pese a ese cambio, siempre fue llamado Mini y no tuvo un nombre de modelo, algo inusual en el resto del mercado, pero que acá vivimos con los Valiant, Torino y Dodge. Cooper fue tan solo una versión, presente incluso en las otras siluetas de la nueva Mini.

Sin embargo, desde la llegada de la variante eléctrica (ver más), el Mini más pequeño pasó a denominarse Cooper, algo que se hace extensivo a su remodelada versión a combustión.

La diferencia entre ambas, además del motor, es que el eléctrico es parte de la cuarta generación de BMW, mientras que esta novedad es un profundo rediseño de la tercera, vigente desde 2014.

Con un diseño muy parecido al del eléctrico (incluso en las nuevas luces traseras), está disponible en versión de 3 puertas, a la que luego se le sumarán las de 5 y cabrio para mantener la gama habitual.

Las diferencias entre ambas generaciones se notan en la inclinación del parabrisas, en las manijas de puerta y en que el capot mantiene su diseño clásico, conteniendo las ópticas y buena parte de los guardabarros.

Por dentro, el Cooper a combustión también imita al eléctrico, abandonando el instrumental por detrás del volante y aglutinando la información y el acceso a muchos comandos en la pantalla táctil circular central de 24″.

La gama de motores mantiene los 1.5 de tres cilindros y 2.0 de cuatro, pero con algo más de potencia, hasta 156 CV y 230 Nm, y 204 CV y 300 Nm, respectivamente.