Manejamos la variante más radical de la pick up americana que llega cerca de fin de año. Breve contacto con una bestia del off road.
La cita era imperdible, porque íbamos a estar cerca como nunca de los íconos de la industria automotriz mundial. La F-150 es el vehículo más vendido de Estados Unidos hace décadas (ver su historia) y con ese algún otro mercado más que no suma demasiado, le pelea al Corolla (que se vende en cada rincón del planeta) el cetro del modelo más vendido del mundo.
Claro, la F-150 no es para cualquiera. En Japón no podría doblar en una esquina. Lo mismo sucedería en muchas ciudades europeas. Y en el hemisferio sur es lo suficientemente cara como para que las distintas filiales le dejan su lugar a la Ranger.
Pero amantes como fuimos de la F-100 y liberada la traba que suponía no estar alineados con la normativa americana, Ford decidió este año importar el modelo, tanto en una versión tradicional (aun no se definió si V6 o V8) como esta Raptor, que es la versión más radical de una gama extensísima en Estados Unidos, que aquí seguramente llegará con opciones siempre de doble cabina y tracción integral.
La cita era imperdible, dijimos. Pero entre los muchos periodistas que se acercaron a Pinamar, solo un puñado iba a subirse a la Raptor. La suerte estuvo de nuestro lado, porque quien suscribe, Elvio Orellana y Rocardo Dócimo fuimos tocados por la varita mágica para subirnos primero, y manejar después, esta bestia. Hubo alguno más que lo hizo en esa jornada, producto de berrinches que no veía desde jardín de infantes.
Fue cuestión de suerte. A mi no tocó subir a otras dos F-150 “normales” que había, ni a la tentadora Ranger Raptor que se importará de Tailandia, con una facha muy picante, que deja casi en ridículo a la Ranger clásica, y eso que solo cambia parrilla, llantas y el ancho de los pasarruedas.
La F-150 Raptor también es otra cosa si se la pone al lado de la F-150 normal. Con los mismo trucos, deja de lado ese aire de limusina con caja y le pone agresividad a uno de los cuatro costados. La versión importada temporariamente de Chile para la travesía era cabina y media, con el sistema de puertas suicida, así que tras la maniobra fuimos sentados atrás.
Pese a esa configuración (llegará, como decíamos, seguramente en cabina doble), el espacio es amplio para las piernas y lo será más con la otra carrocería. A lo ancho entran tres y no habrá codazos para nadie. El respaldo es algo recto, pero sobra comodidad.
Tras una vuelta con Elvio al volante, ya se dejaba notar lo que habíamos venido a buscar. El motor V6 biturbo naftero de 456 CV e impresionantes 70 kgm de torque tiene una salida de parado increíble. La caja automática de 10 marchas pasa cambios a una velocidad tremenda y si se quiere aumentar la deportividad hay unas enormes levas al volante como si de un modelo de competición se tratara.
En el puesto de mando, otra vez el ancho sorprende. La guantera entre asientos no le envidia la capacidad de carga al primero de los Ka. Todo es eléctrico: butaca, volante y hasta pedalera. Quiero acomodarme bien, pero la ansiedad es más fuerte. Veo que el Sync es el mismo de todos los Ford, que hay control de trailer y varios botones más. Pero no me importa nada. Quiero acelerarla ya.
Fuimos en 4×4 alta. Ni me la quiero imaginar en baja con el chocolate hasta las orejas (o los espejos). Podríamos haber surcado los médanos en 4×2 que hubiéramos obtenido un resultado parecido. Pero es cierto que toda esa potencia en un solo tren hubiera llevado la Raptor hacia abajo y no hacia adelante en la arena suelta. Igual, escarba como nada en este mundo y aunque te claves después de un “panic stop”, siempre tiene aire para volver a salir.
La alegría fue corta, suficiente como para dejarnos una gran sonrisa en la boca y para no jugar con el electrocardiograma. Quedó tiempo para otra vuelta de Richard Dócimo y para el regreso, con mil piruetas incluidas, con Ignacio (piloto designado de la travesía) al volante, el mismo que antes vigilaba que nuestro pie no se hundiera como loco en el acelerador en cada arrancada.
No sé como andará en el asfalto, lo inútil que puede ser tenerla como transporte en la ciudad de Buenos Aires o lo mucho que gasta. No será un problema para quien ponga los ¿75.000? dolarucos que dicen puede llegar a costar.
En el retorno, felices, borrachos de emociones y celebrando la suerte que habíamos tenido en el reparto, Elvio me dijo “esto el Mustang de las pick ups”. Le fui sincero al toque: “te lo voy a robar para mi nota”. Siendo ambos un Ford, no encuentro mejor resumen que ese.
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