Durante su evento de presentación, manejamos en pista esta pequeña bestia del rombo con todo lo necesario para ser un deportivo de raza.
Por Gastón Vanini
El Mégane III RS es un “aparato” especial que llega de Europa con todos los laureles. Renault Argentina sabe que tiene en su poder un instrumento de seducción, una demostración de poder como hacía rato –abocada a los productos locales de origen low cost– no disfrutaba.
El evento de lanzamiento tenía que estar a la altura del producto para que los presentes, es decir, la prensa especializada, no apreciaran la deportividad de este producto solo mirando sus agresivas líneas, sino sentándose tras el volante en busca de sensaciones más emocionantes.
El lugar elegido fue el autódromo porteño Oscar y Alfredo Gálvez, y nuestros “acompañantes” iban a ser nada más y nada menos que cuatro pilotos profesionales, entre ellos los oficiales de la marca en el TC2000, Guillermo Ortelli y Mauro Giallombardo.
Para sorpresa de muchos, las primeras vueltas al circuito porteño, los periodistas no las íbamos a dar como acompañantes de los pilotos, sino desde la butaca izquierda y a los mandos del RS.
Mientras que el olor a caucho recalentado (de los castigados neumáticos que habían sido exigidos en vueltas anteriores) invadía el habitáculo, me senté en el lugar de privilegio. Con el carismático y talentoso Giallombardo a mi lado, me ajusté a la anatómica butaca Recaro, el elemento más diferenciador del interior de este RS. Impecable sujeción y cómoda postura de manejo. Empezábamos bien.
Pasional desde su ronco sonido (cuando se lo acelera en vacío recuerda a algunos “cruzados” motores de competición), el 2.0/16v con turbo se hizo sentir desde el vamos. La primera sensación de conducción fue el corto recorrido del embrague. Tacto deportivo gracias a un impecable acople, sin necesidad de tener que hacer demasiado esfuerzo accionarlo. Ventajas de competición junto al confort de un auto de calle.
¡Y partimos! Mientras el RS salía disparado hacia la pista, con un generoso apretón del pie derecho ya empezaban a emocionar las notas graves del escape central. Además, ya se notaban en la espalda los primeros indicios de los 250 caballos: no en vano acelera de 0 a 100 km/h en apenas seis segundos. Al llegar al primer curvón, recordé una de las primeras frases de Giallombardo respecto del auto: “vas a ver lo que frena”.
Dicho y hecho, el poder de los Brembo es impresionante, dando la misma sensación de contundencia que cuando se lo acelera. Es que el sistema elegido para el RS posee discos ventilados de 340 milímetros de diámetro adelante y 290 atrás, mientras que las pinzas en color rojo aportan la cuota estéticamente racing.
Así, a los sacudones por las aceleraciones y los frenajes del RS, y con la constante asistencia del piloto oficial Renault que me marcaba las referencias, entramos en la parte trabada del circuito, devorado por el eficiente chasis Cup, con amortiguadores más rígidos que en el RS “común” y neumáticos Michelin Pilot Sport, cuyos chillidos aportaron música de fondo a la adrenalínica escena.
La carrocería no se balancea y la dirección, sin abusar de la física, lo deposita donde uno quiera. Para explicar la puesta a punto del chasis, basta decir que el RS es de esos autos que al encarar una curva a alta velocidad o al hacer una maniobra de slalom, como dijimos, pega tremendos sacudones laterales, lo que habla de su excepcional tenida. Afortunadamente, las butacas retienen el cuerpo siempre adonde debe estar.
Si bien no es un tracción integral (es delantera como en cualquier Mégane), en lo trabado, donde llegamos a andar a los manotazos para resolver las curvas y contra curvas, se agradece la presencia del diferencial autoblocante, que reparte la mayor fuerza a la rueda con mejor adherencia. La dirección, de asistencia eléctrica, posee el tacto justo, y como se espera en este tipo de autos, se destaca por su precisión.
Completando la primera vuelta, durante el paso por la recta principal, disfrutamos una vez más las aceleraciones hasta el corte, que se produce cuando el motor “pisa” las 6.500 rpm. Para no llegar a ese punto y perder tiempo y rendimiento en vano, un agudo pitido anuncia que es el momento de subir un cambio.
Es una buena ayuda porque el motor sube tan rápido de rpm que no nos da tiempo a reaccionar, estando –hay que reconocerlo– en un atontado idilio con el sonido del 2.0 turboalimentado. La caja, manual de seis marchas es tan rápida que pareciera que el selector –de recorridos cortísimos y seguros– por sí mismo fuese a buscar las conexiones.
Por último, para destacar el funcionamiento del control de tracción y estabilidad, que plantea tres opciones de configuración, subrayándose el modo Sport, que permite que el RS derrape y vaya algo más “jugado” en algunas situaciones, siempre manteniendo los márgenes de seguridad necesarios.
Fueron pocas vueltas y seguramente tras dejar su volante, el RS se habrá reído de cuán lejos estuvimos de encontrar sus límites y aprovechar todo su potencial. La falta de tiempo, los nervios y un circuito que no recorremos a diario obligan a tener prudencia para no sufrir “costosos” papelones. Así y todo, fueron minutos a pura emoción, cargados de sensaciones. Seguramente, en breve, este exquisito y poderoso deportivo francés pase unos días en el garaje de AutoWeb.
Leave a Comment
Your email address will not be published. Required fields are marked with *